Han pasado 50 años desde aquel primero de mayo, pero recuerda con nitidez cuando se sentó a la mesa para comer en familia y comentó: «Detuvieron a José Pablo, no sé qué pasaría». Y con aquella frase, su hermano saltó como resorte: «¿Cómo que detuvieron a José Pablo? ¡Vienen a por mí!», exclamó. Sentada entre Victoria Sánchez-Bravo y Manolo Reboiras, horas antes de un homenaje histórico en su propia ciudad, Flor Baena recuerda aquellos primeros momentos de la persecución que acabaría fijando el nombre de su hermano Xosé Humberto Baena en la crónica negra de la dictadura como uno de los últimos vigueses asesinados por el franquismo.
«Debió de ser el único año de su vida que no fue a aquella manifestación, porque el padre de su novia, que era de la Falange, los había denunciado, porque que si era comunista y no quería que anduviera con él, por eso la dejó encerrada en casa. Él y un amigo la ayudaron a escapar de noche, se escondieron y sabía que si iba a la manifestación, lo ficharían. Un policía mató a un obrero de guardia en Fenosa y él y unos amigos hicieron una colecta para poner una corona con la frase: Muerto por la represión policial, y también una esquela en FARO, en donde tuvieron que firmar y dar el documento de identidad. Por eso él nos dijo que seguro que los iban a buscar a todos y se fue. El 22 de julio vimos en televisión que lo acusaban de la muerte de un policía en Madrid, cuando en la noche anterior estaba en el Algarve y se desplazaba con un 600, era imposible que hubiera llegado a la hora que decían. Tres mujeres vieron perfectamente lo sucedido y una le escribió a mi padre contando que, cuando lo vio en televisión, acudió otra vez a la comisaría para decir que aquel chico no había sido y, dando vueltas a un revólver en la mano, el oficial le dijo: Señora, váyase para casa y olvídese de todo, que están todos metidos en el mismo saco. Nunca creyó que se atrevieran a matarlo», relata Flor.
En cuanto pudieron comunicarse con él, pasados unos 15 días, cada sábado cogían un tren en Vigo a las nueve de la noche, que las dejaba en Madrid a las 9 de la mañana, en donde esperaban pacientemente hasta las 12.00 horas, que era cuando les permitían visitar a su hermano. Sin embargo, Flor asegura que «muchas veces esperamos hasta las cinco de la tarde para que nos dejaran pasar, allí, a pleno sol. Él nos dijo que no había matado a nadie, que el FRAP lo había ayudado a buscar casa en Madrid, pero nada más».
A su lado, Victoria Sánchez-Bravo entiende la que más el sentimiento de aquella testigo del caso de Baena, pues recuerda que teniendo delante a Pilar Franco en la propia casa de la hermana del caudillo, quien sirvió un té que Victoria no bebió, esta le aseguró que «no le va a pasar nada a ninguno. Los militares están muy enfadados, pero mi hermano no va a dejar que eso suceda». Le laten en el habla los restos de la lucha de aquellos años, la misma garra que la llevó a ponerse firme junto a otras tres mujeres delante del coche del cardenal Tarancón para que intercediera por su hermano, José Luis Sánchez-Bravo, inmerso en aquel proceso judicial que los presentes definen como «una farsa en la que ni se admitieron testigos presenciales, pruebas balísticas o huellas, y en el que echaban a los abogados».
«Pena de muerte. De los cinco a los que fusilaron, mi hermano fue el único al que no acusaron de ser autor material de los actos. Y es que él estaba en Mazarrón cuando mataron al teniente Pose en Madrid, de hecho, hay un taxista que lo llevó de Murcia a Mazarrón cuando eso sucedió. Dos años antes, había estado repartiendo octavillas porque a unos trabajadores no les pagaba su empresa, y llegó a casa diciendo a mi madre que se tenía que ir. Mi madre estuvo dos años sin saber si estaba vivo o muerto», cuenta la hermana de Sánchez-Bravo.
Victoria nunca olvidará aquel día, cuando en el juicio lo llamó: «¡Luis, Luis!». Y un policía le dio un golpe en la cabeza a él para que mantuviera la mirada fija en un gran crucifijo mientras se leía la condena. Victoria no pudo contener la rabia y empezó a gritarles «criminales y asesinos», por lo que fue retirada de la sala y metida en un coche por el mismísimo "Billy el Niño", solo que no la llevaron a comisaría, puesto que toda la prensa estaba siguiendo aquellos sucesos y salieron detrás de ella en cuanto la sacaron.
Vinculados al Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, Luis acabó compartiendo destino con Humberto y, con todo, su hermana mayor afirma que «no guardo rencor ni odio, sino pena, pena de que hayamos tenido que esperar tanto, 50 años, una vida. Yo lo único que quiero es reconocimiento para mi hermano. Siempre supe que era inocente, pero es que ahora lo puedo demostrar y me gustaría que en Gondomar se le pusiera una calle para recordarlo», señala en alusión a la causa a la que logró acceder gracias al periodista Carlos Fonseca, mientras que en el caso de Baena, fue Doris Benegas quien localizó su sumario repartido por siete juzgados de Madrid.
El día que Baena y Sánchez-Bravo fueron ejecutados, Manolo Reboiras estaba en un calabozo de Padrón. Lo habían detenido y torturado por unas pintadas en las calles: «Abajo la dictadura», «libertad», «policía asesina». A diferencia de Victoria y Flor, la madre y el hermano de Moncho Reboiras obtuvieron como prueba de la verdad una camisa con tres tiros, además de ver el cadáver, que no presentaban ningún orificio de bala en la cabeza, lo que contradecía el certificado de defunción escrito por la policía. Sin embargo, las dificultades para lograr el sumario fueron inmensas y reconoce que «pasamos anos cuestionándonos se se enfrontara á policía, se era un terrorista como dicían», hasta que el sacerdote e historiador Francisco Carballo logró conseguirlo tiempo más tarde.
Recuerdos personales
Medio siglo después, estas tres familias de la ciudad han obtenido memoria y verdad. Siguen a la espera de reparación y, mientras, recuerdan personalmente a los suyos como jóvenes comprometidos, «con conciencia humana, social y política». En este sentido, Victoria Sánchez-Bravo, que gracias a su incansable lucha ha logrado que la pena de su hermano fuera conmutada y por fin sea declarado inocente, afirma que «no es idealizarlo, pero mi hermano era una persona increíble. Me casé muy joven y mi madre nos enviaba dinero, que de aquella una mujer no podía tener cuenta bancaria, y cuando le daba a él, nunca lo quería, le decía que me lo diera a mí. Era buena persona, con sensibilidad y muy solidario».
Por su parte, Flor Baena recuerda especialmente la generosidad de Humberto con una anécdota que es buen ejemplo de ello: «Mi madre le había comprado con mucho esfuerzo unos zapatos en Segarra y un día que llovía con todo, apareció en casa con unas zapatillas todas mojadas y un agujero. Mi madre le preguntó por los zapatos y él contó que se los había dado al señor Manolo, un limpiabotas de Príncipe, porque eran de su número y porque pensaba que le hacían más falta a él». Y tampoco olvida como, tras lo sucedido, procuraba evitar en la calle a sus amigos, pues durante dos años estuvo «acompañada», seguida y vigilada por la policía, lo que pudo comprobar en pleno Príncipe, cuando se metía en las Galerías Durán para fingir que contemplaba escaparates y constataba cómo los agentes también giraban hacia el interior de las galerías comerciales tras sus pasos. De ahí que no quisiera cruzar palabra con los amigos de Humberto, por miedo a que también los detuvieran.
Para Manolo, su hermano Moncho siempre fue su referente, tanto en lo personal como en lo político, y sus vidas prácticamente transcurrieron a la par, pasando por los mismos centros educativos, asociaciones culturales y también ideales políticos. Recientemente, gracias a la hija del que fue su padrino, rescató de la memoria un recuerdo de infancia, de cuando este les estaba enseñando a leer las letras y los ponía en las escaleras que daban acceso a la casa de su aldea. Manolo no puede evitar emocionarse cuando cuenta que «si nos equivocabamos, o padriño dábanos cun lapis na orella e eu sempre choraba. O meu irmán pediulle que cando eu fallara, lle dera a el e non a min».
Fuentes:
https://www.farodevigo.es/gran-vigo/2025/05/09/medio-siglo-lucha-espera-117177369.html
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